Seguridad privada… o cómo morir en el intento (VIII)
😔💼🔥“Crisis de imagen y reputación: Empresas que vigilan todo menos su propia ética laboral”
Cuando hablamos de imagen y reputación de una empresa, nos referimos básicamente a cómo se ve desde fuera y qué opinan de ella quienes la conocen o han tenido trato con sus servicios. La imagen es lo que la empresa quiere mostrar: su logo, sus uniformes, sus anuncios, su web bien cuidada. La reputación, en cambio, es lo que la gente realmente piensa de ella, lo que se comenta en los pasillos, lo que dicen los trabajadores, los clientes y hasta los que han tenido una mala experiencia. Y en el mundo de la seguridad privada, esa reputación lo es todo. Porque si una empresa no transmite confianza, ¿quién va a dejarle la vigilancia de su negocio, su casa o sus instalaciones?
En España, el sector está dominado por unas pocas empresas: Prosegur, Securitas, Eulen, Loomis y Prosetecnisa. Entre todas se reparten más de la mitad del pastel. Prosegur, por ejemplo, se lleva casi una quinta parte del mercado. Y si ampliamos el foco a las diez principales, ya estamos hablando de más del 70% de la facturación total. Es decir, hay unas cuantas que mandan, y el resto se las apaña como puede. Los grandes contratos vienen de sectores como el transporte, el comercio, la industria y la energía. Son clientes potentes, que exigen mucho… pero que no siempre pagan lo que deberían.
Y aquí es donde empieza el problema. Porque, aunque el sector ha crecido en los últimos años, lo ha hecho a costa de los trabajadores. Hay una rotación brutal: vigilantes que entran y salen como si fueran piezas de recambio. No hay estabilidad, no hay carrera profesional y, muchas veces, ni siquiera hay formación adecuada. Se contrata rápido, se paga poco y se exige mucho. El trabajador se convierte en un número, en alguien que está ahí para cubrir turnos, sin importar si está preparado o si lleva semanas sin dormir bien por los horarios imposibles.
La competencia desleal también hace daño. Hay empresas que operan rozando lo ilegal, que ofrecen precios ridículos y condiciones laborales que rozan la explotación. Esto no solo perjudica a los empleados, sino que arrastra la reputación de todo el sector. Porque al final, el cliente no distingue entre una empresa seria y otra que no lo es: solo ve que el servicio falla, que el vigilante no está motivado, que hay problemas… y eso afecta a todos.
Los contratos públicos son otro agujero negro. En muchos casos, el único criterio para adjudicar un servicio es el precio más bajo. Da igual si la empresa tiene experiencia, si forma bien a su gente, si ofrece garantías. Lo importante es que cueste poco. Y claro, para poder competir, las empresas recortan por donde pueden: menos formación, menos supervisión, menos inversión en tecnología. ¿Y quién paga el pato? El trabajador, que tiene que hacer milagros con medios escasos y bajo presión constante.
La falta de personal cualificado es otro síntoma de este desprecio. No se invierte en preparar bien a la gente, y luego se les exige que respondan ante situaciones complejas, que gestionen conflictos, que actúen con profesionalismo… cuando ni siquiera se les ha dado las herramientas básicas. Y si algo sale mal, la culpa siempre recae en el vigilante, nunca en la empresa que no lo preparó.
La burocracia y la lentitud para adaptarse a los nuevos tiempos también pesan. Muchas empresas siguen funcionando como hace veinte años, sin apostar por tecnología, sin modernizar sus sistemas. Y eso afecta a la imagen que proyectan: parecen anticuadas, poco eficientes, desconectadas de la realidad. Pero lo más grave es que esa falta de innovación también complica el trabajo del vigilante, que tiene que lidiar con sistemas obsoletos y procedimientos que no tienen sentido.
A pesar de todo esto, hay empresas que han sabido cuidar su reputación. Prosegur, por ejemplo, ha sabido asociarse con marcas conocidas como Movistar, lo que le ha dado visibilidad y prestigio. Securitas Direct ha apostado fuerte por la publicidad y por una imagen centrada en la protección del hogar. Pero incluso estas grandes marcas tienen detrás una realidad laboral que muchas veces no se cuenta: jornadas interminables, sueldos ajustados, falta de reconocimiento.
Si el sector quiere evitar que su marca se degrade, tiene que empezar por cuidar a su gente. Porque no hay mejor embajador de una empresa que un trabajador satisfecho, bien formado y valorado. La formación continua, la transparencia, la inversión en tecnología y el compromiso con la responsabilidad social no son solo estrategias de marketing: son la base para construir una reputación sólida y duradera. Y sobre todo, hay que dejar de tratar al vigilante como un recurso desechable. Porque sin ellos, no hay seguridad. Y sin seguridad, no hay negocio.
En definitiva, la imagen y la reputación de las empresas de seguridad en España llevan años caminando por la cuerda floja. El sector sigue creciendo, sí, pero lo hace pisando a quienes lo sostienen: los trabajadores. Si ese crecimiento se basa en precariedad, en sueldos bajos, en turnos interminables y en desprecio silencioso, lo que parece avance es solo una ilusión. Es pan para hoy y miseria para mañana. Y cuando ese precio llegue, no será una simple caída en la reputación: será el colapso. Porque ningún negocio puede sostenerse eternamente sobre la explotación sin que, algún día, el suelo reviente.
Las empresas que hoy desoyen las quejas de sus trabajadores están sembrando su propia ruina. Cuando la saturación se transforme en abandono, cuando la indignación se convierta en denuncia y cuando la precariedad ya no pueda ocultarse tras uniformes planchados, no quedará nada que proteger. Ni imagen, ni clientes, ni futuro. Solo los escombros de un modelo que eligió ignorar a quienes lo sostenían.
¿Pero... aún queda tiempo? ¿Está todo perdido? ...Tiempo para mirar hacia dentro, para reconocer errores, para cambiar el rumbo. Porque al final, lo que define a una empresa no es lo que factura, sino cómo trata a quienes la hacen posible. Y si se elige el camino del respeto, quizás no solo se salve la reputación… quizás se empiece a construir algo que realmente valga la pena. (Septiembre de 2025)